martes, 22 de octubre de 2013

Soltar lo que no prospera

El año pasado, a principios del 2012, conocí a un hombre y creí haber sentido felicidad.  Fueron diez días en los cuales sentí que había "por fín" encontrado lo que venía buscando toda mi vida.  "Por fín" el amor. 
Hasta que llegó el "Estoy disponible para conocer a alguien más y no quiero estar de novio"...
Y ahí la intensidad de la felicidad pasó a ser la intensidad de la locura.  La locura que siento, y a la que me someto cuando le pido a algo o a alguien que sea mi felicidad.
Me ardían los oídos llenos de miedo y de ira. No podía escuchar se había terminado. Sentía se me terminaba la vida en su ausencia.  Como a una niña pequeña que sin su mamá no puede.  Como a una mujer encaprichada, porque ya no es una niña, incapaz de ver quién es realmente el otro y elegir si eso que el otro le ofrece, la nutre.
Esto que ahora puedo poner en palabras con tanta facilidad, me llevo un año y medio Ver.  No me deja de sorprender lo crueles que podemos ser con nosotros mismos y con los demás.  Cuanto me puedo aferrar a la obsesión, cuanto puedo construir en mi imaginación, cuantas especulaciones, cuantas suposiciones, cuantos diálogos con el otro imaginario, solamente para que no me duela la aceptación de la realidad. 
Y la aceptación de la realidad no es que el otro no me quiere.  La aceptación de la realidad es que necesito algo que el otro no me puede dar.  La aceptación de la realidad es que yo puedo pedir.  Y que ahí reside mi libertad.
En este 2013 conozco un hombre.  Y aunque en un lugar de mi corazón esto empieza a ser más claro, en el encuentro se manifiestan las obsesiones.  Pero con más conciencia.  Sé que necesito estar atenta.  No siento la maravilla existencial que sentí en el 2012.  No entro por como un embudo y siento que toooodo es maravilloso.  Y esto me hace dudar de si me gusta.  Cada uno de sus gestos, de sus movimientos, me encuentra con todos los pelos parados, porque "no quiero que me vuelva a pasar lo mismo".  Me encuentro a mi misma otra vez haciendo estratéjicamente para no perderlo.  Hay cosas que no me gustan, pero no quiero pasar de acceder a cualquier cosa para no perder a ser intolerante con el otro.  Siento el impulso de huir todo el tiempo.  Y sé que es el impulso egoísta, el que no se anima a transitar la situación hasta que creativamente se revela la solución.  Sé que aunque alguito en mí ya sabe que la desilusión es un regalo, hay algo en mi cuerpo que se resiste a ser desilusionada.  Se olvida que la muerte le da lugar a una vida más íntegra.
No huí.  Me expuse, me arriesgué.  Pude permanecer en el ojo del huracán, en mi construcción de mi misma, que arrastra y destruye lo que ya no sirve, y desde ahí me pude Dar.  Pude, esta vez, escuchar sin llegar a decisiones apresuradas, habilité la paciencia necesaria para que la decisión fuese fruto de la fuerza que encuentro cuando atravieso la experiencia.  Para que retirarme no sea huir.  Sino soltar lo que no prospera.