viernes, 22 de noviembre de 2013

22 de Noviembre

Tenía tanto miedo cuando lo conoció.
Era dificil conocerlo a través de la neblina de su confusión.
Cada uno de los gestos de él, despertaba los recuerdos no olvidados de situaciones de las que, muy de a poco, estaba aprendiendo a desprenderse.  Tenía miedo de no poder desligarse si alguno de esos recuerdos se volvía a reeditar como actual.  Porque cuando veía en él indicios de inseguridad, sentía como sus células se desintegraban en la ausencia de él.  Temblaba en el desencuentro porque había algo que aún no había aprendido a hacer: decir que no cuando el otro no está disponible para amar.
Tan temerosa estaba, que gran parte del tiempo no lo pudo ver a él más allá de aquello en lo cual él se mostraba frágil.
Aunque hubo momentos en los que sí.
Hubo una tarde en la que él la invitó a conocer un poco de su mundo, y se mostró contento de su compañía.  Fue una de esas tardes en las que ella sintió que la felicidad puede ser certeza.  Que cuando dos almas se juntan a compartir en ternura y cariño los fantasmas desparecen.  Porque el encuentro es mucho más fuerte.  Siempre.
En ese mes y medio ella fue cuidada.  El se mostraba presente, y en sus distancias se mostraba atento a lo que ella podía llegar a necesitar.  El miedo sin embargo a ella no le daba tregua y no pudo reconocer la integridad de él.
Su miedo era sobredimensionado, pero no era solamente necio.  Ella percibía algo real.  El no estaba entregado, del todo involucrado, y cuando él, íntegro, le dijo que no sentía avanzar más, ella encontró, por primera vez en su vida, la fuerza para decir, "entonces no nos vemos más".
En el transcurso del tiempo el miedo se fue disolviendo.  Se afirmó en el poder que le da poder pedir lo que necesita.  Y, ahí, tranquila, encontró el espacio para poder, en su corazón, desarticularlo a él de su temor.  Pudo separar el miedo de lo real y pudo tomar todos los gestos de cariño que él le manifestó.  La confianza que habilitó su presencia, su capacidad de respuesta, su sinceridad.  Lo extraña.
Agradecida, le pide a Dios la fuerza para aceptar se terminó y para abrir el corazón.
No ve la hora de volver a sentirse amada.